lunes, 10 de noviembre de 2008

CIUDAD DE ENSUEÑO

El cine influye en nuestras vidas de formas que a veces no somos capaces de concebir a primera vista. El cine ha creado relaciones interpersonales, ha diseñado las relaciones amorosas, hace cotidianos paisajes lejanos, altera las distancias y el tiempo.

Han sido unos días en los que me creía estar dentro de una gran pantalla de cine; caminaba por grandes avenidas que reconocía, veía paisajes que me resultaban familiares, entraba en los edificios de mis pósters de adolescencia, era una más de los actores de "la ciudad que nunca duerme".
La noche nos recibió al salir del metro en la calle 34 y detrás, en violetas y rojos tonos, se levantaba el edificio que intentó ayudar al gorila en el rapto de su amada. Las brillantes luces se reflejaban en mis ojos que querían absorver todo lo que iba a ver.

La helada brisa nos daba la bienvenida a una ciudad que aún no ha superado el terror de aquel 11 de septiembre, en la que andas pensando en las imagenes con las que almorzamos alquel día y en la que vecinos y turistas agradecen el que les vuelva a ofrecer la mejor de sus caras. Una alfombra de luces se extiende ante nosotros desde el mirador del Empire State Building.
No todo son racacielos, no todo gente con prisa por la calle, no todo banderas con sus barras y sus estrellas. Nueva York no es sólo la ciudad que nos han enseñado. Nueva York es una pareja paseando a su bebé a orillas del rio Hudson; es la cara del bebé que nos miraba sonriendo mientras nosotros alucinábamos al ver un misa con su coro de Gospel en una de las iglesias de Harlem; es también música de jazz en una oscura esquina de la 9ª avenida, es sonrisas compartidas con el mejicano que nos dió de cenar, en español, más de una noche. Nueva York era una de las ciudades escenario de mis sueños y se ha convertido en uno de mis viajes nunca soñados.