jueves, 28 de mayo de 2009

BARCELONA

Por soñar que no quede

En el cielo parecían dibujarse figuras animadas que le recordaban estampas de cuando era pequeña y se tumbaba a ver pasar el tiempo en la terraza de casa de sus abuelos. Otro recuerdo renació en sus retinas en el viaje en tren que le llevaba hasta la Ciudad Condal donde, precisamente el recuerdo de algo o alguien que quiso existir y no pudo, años después, reclamaba su presencia, su atención, unos días de su vida.
Era un viaje que siempre habían tenido pendiente: cuando hacían planes de futuro los diseñaban en torno al mar al que cantaba Serrat; soñaban con compartir paseos bajo la mirada de Gaudi, con cantar a pleno pulmón desde el Tibidado y perderse en el verde de Montjuic.




Pero sonó el despertador antes de tiempo y como queriendo arañar cinco minutos más al despertador, ese viaje se convirtió en un intento de volver a los brazos de Morfeo y dejarse envolver en esa realidad onírica.



Y llegó sin avisar a pesar de no confiar mucho en la generosidad del destino. Y ascendió por la Bajada de la Gloria hasta el balcón más alto desde el que oteó el horizonte en busca de su silueta. El sueño continuó en el Parque Güell entre moluscos y dragones que la transportaron hasta Paseo de Gracia. Una vez allí, desde un balcón floral, saltó hasta un gran tejado en el que los colores se mezclaban con olores, el tacto daba paso a distintos sabores que aún no lograban parecerse al suyo.




También esperó encontrarlo en la Plaza de Cataluña pero no estaba. Tampoco era él ninguna de las personas que exponían su arte en Las Ramblas, ni de las que bebían agua en Canaletas, ni se escondía en los soportales de la Plaza Real.






No pudo encontrarlo entre el bullicio del Maremagnum, ni en la Barceloneta ni en el puerto olímpico. No era uno de los activistas que acampaban ante la Monumental, ni corría en el estadio olímpico. Lo buscó en Montjuic, en la Diagonal, en el Ensanche... Creyó verlo en uno de los puestos que venden lo indecible en el mercado de la Boquería, pero no era él; tampoco resultó ser ninguna de las sombras con las que se cruzó en la inacabada obra gaudiana, ni estaba en la dirección que le indicó Colón. La iluminación de la Catedral de Santa Maria del Mar la envolvió e hizo más grandioso su recuerdo, aunque seguía sin estar allí.







Visitó iglesias y catedrales; barrios bajos y altos residenciales; grandes avenidas y callejones estrechos; elevados balcones y pasajes subterráneos; monumentos históricos y edificios vanguardistas...




Y cuando empezaba a perder la esperanza una voz ronca entonó un tango.